Proverbio egipcio

“El reino de los cielos está dentro de ti; aquel que logre conocerse a sí mismo, lo encontrará” Proverbio egipcio

martes, 11 de agosto de 2015

Enrique Ojito: El ilustre Viriato de Covadonga

Cuando Vicente Antonio de Castro empezó a atravesar la plaza, la monumentalidad de la Catedral de La Habana casi aplastó al muchacho de 13 años, llegado de Trinidad y que nada sabía del barroquismo, prodigado por el rostro del templo.
Absorto, bordeó la parroquial para luego rebasar, al fondo de esta, el enorme portón del Seminario de San Carlos y San Ambrosio, donde cursaría estudios de Filosofía y recibiría clases, entre otras personalidades, de José Antonio Saco, uno de los pensadores más célebres del siglo decimonónico cubano.

Apenas colocó un pie en la edificación aquel septiembre de 1822, el puñado de palomas se desperdigó del patio central, quizás hacia la bahía. “Que Dios me acompañe”, musitó al persignarse.
Don Vicente —considerado después como un genio de la Medicina cubana y fundador de uno de los cuerpos masónicos más influyentes en la historia de la isla— no llevaba pinta de conquistador; sin embargo, poco a poco su inteligencia le abriría paso y le arrancaría elogios al propio Saco, quien alabó su “aplicación y aprovechamiento” en Metafísica, Lógica y Moral.
Aunque no era habitual en la época, Vicente solía preguntar en clases al profesor, a quien le hablaría de su familia, residente en Trinidad; su madre María de la Concepción Bermúdez era matancera y su padre José Fernando de Castro, de la tercera villa, donde llegó a ser síndico procurador general y regidor alguacil mayor, como lo sostiene Manuel Lagunilla Martínez, historiador de la ciudad.
Tal como refiere Lagunilla, el lugar de nacimiento —Sancti Spíritus o Trinidad— de Vicente provocó diferendo entre los investigadores; correspondió a Segundo Marín García zanjar la polémica, luego de encontrar la partida de bautismo del niño —venido al mundo el 24 de marzo de 1809— en la Iglesia Mayor de Sancti Spíritus. El matrimonio, vecino de Trinidad, se estableció temporalmente en la villa espirituana por la enfermedad del abuelo materno.
Vicente Antonio falleció el 12 de mayo de 1869
EL MÉDICO POETA
Vicente Antonio apenas concilió el sueño la noche del 22 al 23 de abril de 1824. Al amanecer, sacó del baúl de cuero la camisa de hilo blanquísimo, bordada por una de las tejedoras más notables de Trinidad. “Póntela en tu graduación”, le había sugerido su mamá. Algo corta de puños, la lució ese día en que le entregaron el título de bachiller en Filosofía.
En 1827 obtuvo igual categoría, pero en Medicina y fue aprobado por el Protomedicato de La Habana para ejercer. No obstante, decidió ampliar sus conocimientos y viajó a Europa (Francia y Reino Unido), de donde regresó en 1829.
Estudiosos de su obra como Lagunilla y el doctor Humberto Sainz Cabrera, presidente de Sociedad Cubana de Anestesiología y Reanimación, sustentan que Vicente Antonio —doctor en Medicina en 1837 por la Universidad de La Habana— dominaba, también, el latín, el inglés, el francés, la Química, la Botánica y las Matemáticas, entre otras materias.
Calificado como de los médicos y profesores más brillantes de su tiempo, se le considera el primero en enseñar en Cuba la Anatomía patológica y de los pioneros en instruir sobre la percusión y auscultación como medios de diagnóstico. Los expertos le atribuyen ser de los precursores de las clases de Anatomía descriptiva, así como de las cirugías angiológica y oftálmica.
Un reconocido investigador de las dimensiones profesionales y éticas del espirituano, el doctor Carlos Vilaplana Santaló, refiere que fue el primero en crear el sistema de médicos internos de forma gratuita en el Hospital San Juan de Dios, de La Habana.
Santaló apunta que entre 1840 y 1860 Vicente Antonio, junto a los igualmente cirujanos Nicolás José Gutiérrez y Fernando González del Valle, constituyó la llamada trinidad quirúrgica salvadora de la época, al ser los elegidos para practicar las operaciones más difíciles y peligrosas, a juicio de sus contemporáneos.
A pesar de que el “hábil cirujano” y “profesor sagaz” —según discípulos y colegas— asumió complejas intervenciones, una de estas lo inscribió en la historia de la Medicina al comenzar la era de la anestesia moderna en Cuba y en Latinoamérica, cuando empleó el éter sulfúrico, con un aparato de hojalata construido por él mismo, cinco meses después de ser descubierto el método en Boston.
—Dígame si usted siente algo, le preguntó don Vicente al enfermo mientras lo pinchaba con un alfiler en el área a operar.
—Nada, le respondió el joven ya sin el susto en la cara.
A sabiendas de la trascendencia del suceso acontecido el 11 de marzo de 1847, al día siguiente en el Diario de La Habana el propio don Vicente Antonio de Castro dejó constancia de la novedad médica, aplicada en el desaparecido Hospital San Juan de Dios a un joven de 18 años que padecía de hidrocele, ante los ojos numerosos y expectantes de alumnos y renombrados galenos.
De lo ocurrido, el doctor dedujo que su máquina de hojalata cumplió sus funciones “como la mejor que pueda inventarse o venir de Europa. Su único defecto es la falta de lujo”, y advirtió antes de poner el punto final a su escrito: “Si nuevos hechos favorables o contradictorios se presentaren, lo comunicaremos con fidelidad. Es una cuestión que interesa a todo el género humano, a cuyo alivio he dedicado mi existencia”.

Hombre de luces, ponderó la utilidad de las publicaciones periódicas para socializar sus experiencias en la Medicina y sus conocimientos de otras materias; por ello, fundó la revista Boletín científico, junto a otro colega.
En estas lides su empresa más distintiva resultó la creación y dirección de la revista La Cartera Cubana (1838-1840), donde publicaron escritores como Cirilo Villaverde, Gabriel de la Concepción Valdés (Plácido) y José Jacinto Milanés.
El cirujano De Castro cedió espacio a estos y a otros autores por estar “dotado de una inteligencia superior y de una loable acometividad”, como lo reconoce en Médicos poetas de Cuba el doctor Antonio González Curquejo, quien resalta la capacidad del espirituano de abordar la mayor parte de las formas poéticas, incluido el romance, insertadas en La Cartera Cubana.
PEDAGOGO SOCIAL
Como pudiera pensarse, el multifacético intelectual no fue presa de sus versos y consultas médicas, y como lo subraya Manuel Lagunilla en Forjadores de la nación cubana: Vicente Antonio de Castro, Serafín Sánchez y los patriotas trinitarios, no permaneció ajeno a las ideas separatistas de su época, e intervino en la conspiración de Vuelta Abajo (1852).
También en la década de los 50 apareció vinculado a la conspiración del catalán Ramón Pintó, condenado a muerte. En el juicio, el fiscal reveló una comprometedora carta, imputada a Vicente Antonio, sancionado, en ausencia, por el tribunal militar a 10 años de presidio ultramarino.
Debido a la inminente encarcelación, renunció en mayo de 1853 a su cátedra de Patología Interna e Introducción a la Práctica y Clínica Médica, en la Universidad de La Habana, y partió hacia los Estados Unidos, donde radicó en Nueva Orleans, Luisiana.
En esa ciudad ingresó en 1857 en el cuerpo masónico irregular de James Foulhouse y una vez disuelto este se suma al de Albert Pike, Gran Comendador de la Masonería en el sur de la nación.
“Desde entonces Vicente Antonio advierte las posibilidades ideológicas y políticas que tenía la doctrina liberal y humanista de la masonería para influir en la concientización del pueblo cubano”, ha expuesto el historiador Mario Valdés Navia. En consecuencia, solicitó al Gran Comendador la autoridad para retornar a Cuba con el interés de poner orden en la dividida masonería.
Al amparo de la amnistía concedida por el gobernador español de turno, regresó a la isla en 1861 y emprendió, bajo el nombre de Viriato Covadonga, la organización del cuerpo masónico denominado Gran Oriente de Cuba y Las Antillas (GOCA), surgido en La Habana el 28 de marzo de 1862 y extendido por los centros urbanos principales del país.
A sus filas llegaron a pertenecer hombres imprescindibles de la Guerra de los Diez Años, entre ellos Carlos Manuel de Céspedes, Ignacio Agramonte, Serafín Sánchez y Antonio Maceo. Precisamente, el historiador Eduardo Torres-Cuevas, al estudiar el pensamiento maceísta —vertebrado en las liturgias del GOCA— aseguró que Vicente Antonio aportó dos elementos esenciales a la ruptura revolucionaria del 68:
“El primero de ellos fue una organización secreta que sirvió de nexo a quienes preparaban la insurrección y de medio a la conspiración que desembocó en estallido revolucionario; el segundo, una propuesta armónicamente estructurada para la transformación de la sociedad colonial en una nueva e independiente”.
En las liturgias para iniciarse en el GOCA se advertía: “Podrá muy bien suceder que os encontréis en la ocasión de tener que pelear con las armas en la mano para defender la virtud, la inocencia o la patria, entonces será preciso no retroceder ni temblar”.
Esas palabras habían nacido del puño de don Vicente o Viriato —calificaba su actuación de “pedagogía social”—; habían nacido de quien, como miembro de la Sociedad Económica de Amigos del País, llevó sobre sus hombros el ataúd del sabio cubano Tomás Romay, y estuvo entre los que despidieron su duelo.
Esas palabras llegaron del niño a quien casi se le revientan los ojos frente a la majestuosidad de la Catedral de La Habana, minutos antes de rebasar la puerta del Seminario de San Carlos y San Ambrosio con aquella maleta de cuero, sin saber que entraba también a la historia.

Fuente: http://www.escambray.cu/2015/el-ilustre-viriato-de-covadonga/

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